jueves, 3 de diciembre de 2015

Desde los pies del árbol gigante donde se encontraban, hasta donde
llegaba la vista, todo eran campos frescos y caminos nuevos y viejas
carreteras de losas como las que construían los romanos, colinas y
bosques al lado de algún río con un puente de piedra, olivares repletos
de aceitunas pequeñas y doradas, ya maduras, campos de girasoles,
cerezos y melocotoneros, manzanos. Todo fuera de estación y añadiendo
sus colores innumerables a un paisaje que no se terminaba nunca.
Algunas casas solitarias, un pueblecillo, una ciudad tras unos bosques
más oscuros, ya lejos, pequeños ponis salvajes y grandes caballos percherones
que tiraban de carros repletos de heno fresco. Y cualquier otra especie
de animales. Uno de los campos era labrado por una mujer que hacía
tirar del arado a un gran elefante indio completamente pintado con
ornamentos amarillos y verdes.

Los  libros de A, Josep Lluís Badal.